Daniel Defoe
Robinson Crusoe (fragmento)
“El buque encalló profundamente en las arenas, de manera que
solo nos quedaba tratar de salvar la vida de cualquier manera… Once embarcamos
en un bote… Una ola gigantesca cayó sobre el bote con tal violencia, que se dio
vuelta en un instante… Nadé hacia adelante con todas mis fuerzas… Fui el único
que consiguió pisar tierra, empapado, sin ropa para cambiarme y nada que comer
y beber; sólo tenía un cuchillo, una pipa y un poco de tabaco en una cajita…
Todo lo que se me ocurrió fue treparme a un frondoso árbol, y allí me propuse
estarme la noche entera y decidir, a la mañana siguiente, cuál sería mi muerte.
Anduve primero en busca de agua dulce. Después de beber y
mascar tabaco trepé a mi árbol, tratando de hallar una posición de la cual no
me cayera si el sueño me vencía. Había cortado un sólido garrote para
defenderme.
Al otro día no había huellas del temporal. La marea había
zafado al barco y lo había traído hacia las rocas… Poco después de mediodía el
mar se puso como un espejo y la marea bajó tanto que pude acercarme a un cuarto
de milla del barco (ya entonces sentía renovarse mi desesperación al comprender
que si nos hubiésemos quedado a bordo estaríamos a salvo y en tierra)… Nadé
hasta el barco.
Las provisiones de a bordo no habían sufrido absolutamente
nada; pude satisfacer mi gran apetito, llenándome además los bolsillos de
galleta. Bebí un buen trago de ron para fortalecerme ante la tarea que me
esperaba… [Armó una balsa, con elementos que encontró en el barco]… Se
presentaba el problema de elegir lo indispensable y al mismo tiempo preservarlo
de los golpes del mar [eligió comida, herramientas, armas].
Mi próxima tarea fue la de reconocer el lugar, en busca de
un sitio adecuado para instalarme y almacenar mis efectos con toda seguridad…
En la isla había aves; me pregunté si su carne sería o no comestible.
Se me ocurrió que aún podría sacar muchas cosas útiles del barco,
y me decidí a hacer otro viaje a bordo… Hallé 2 o 3 cajas de clavos y
tornillos, un gran barreno, 1 o 2 docenas de hachuelas, y lo más precioso de
todo, una piedra de afilar… Seguí yendo diariamente al barco, aprovechando la
marea baja… Lo que más me alegró en aquellos viajes es que después de estar 5 o
6 veces, y cuando ya no esperaba encontrar nada que valiera la pena mover de su
sitio, seguía descubriendo cosas que me servían… En la cabina del capitán hallé
una caja con 36 libras esterlinas en monedas europeas, brasileñas y algunas
piezas de oro y plata. Sonreí a la vista de aquel dinero. ¿Para qué me
sirves?’, exclamé… Pero luego lo pensé mejor y tomé el dinero.
Mis pensamientos estaban ahora consagrados a encontrar los
medios de asegurarme contra los salvajes y las bestias que pudiera haber en la
isla… Calculé aquello que necesitaba en forma indispensable: en primer lugar
agua dulce y aire saludable; luego abrigo y seguridad; finalmente, que si Dios
me enviaba algún barco por las cercanías, no perdiera yo esa oportunidad de
salvarme.
En el barco encontré plumas, tinta y papel, e hice lo
indecible por economizarlos; mientras duró la tinta pude llevar una crónica muy
exacta, pero cuando se terminó me hallé imposibilitado de continuarla, ya que
no pude hacer tinta a pesar de todo lo que probé. Esto vino a demostrarme que
necesitaba muchas cosas fuera de las que había acumulado. Habiendo conseguido
acostumbrar un poco mi espíritu a su actual condición y abandonando la
costumbre de mirar al mar por si divisaba algún navío, me apliqué desde
entonces a organizar mi vida y a hacerla lo más confortable posible… Fabriqué
una mesa y una silla.”
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